CABRERITA, PARRILLA Y LA PEÑA DEL "YATASTO"

    CON MARIO GARCÍA, POETA MEMORIOSO
    Juan de Marsilio (El País Cultural)


    En el Bar “Yatasto” - Fernández Crespo y 9 de abril, cerrado hace poco-hubo en los `40 una peña literaria, hermana pobre de las de los cafés Metro y Libertad. La crítica se ocupa poco de ella, pese a haberla frecuentado Líber Falco, Pedro Piccato, Roberto Ibáñez, el poeta surrealista José Parrilla y el pintor Raúl Javiel Cabrera, "Cabrerita". El joven Mario García participó entre 1941 y 42, antes de dedicarse a la militancia política.

    LUEGO DEL CINE

    Una noche del `41, un joven obrero fue al Cine Victoria (Sierra casi Miguelete) a ver Amanece y El muelle de las brumas, de Marcel Carné. En la sala, doce personas. Oyó al salir "…las puteadas más estruendosas que he escuchado, que salían de la boletería. Me acerco y me encuentro con un muchacho rubio, de ojos castaños con mucho brillo, con acento español. `¡Puta que los parió! ¡Estúpidos! ¿Cómo pueden negar el arte de estas dos películas? ¡Una manga de estúpidos ignorantes!`. Al preguntarle qué le pasaba, el muchacho dijo que había organizado el festival para costear la publicación de un libro de poemas. El de la boletería se identificó como `José Parrilla, el poeta` y el otro se presentó como `Mario García, obrero de la madera… y poeta`."

    Simpatizaron. Parrilla lo invitó al bar de enfrente. El "Yatasto" era chico: doce mesas. Sobre una ventana, una ronda de gente hablando, gesticulando y hasta vociferando con pasión. El nuevo fue presentado como "el poeta Mario García".

    Formaban la peña, además de los ya nombrados, Eduardo Maggiani, Ángel Muñoz, Arístides Dotta, Manolo Forlano, Vicente Bruzzese, Aníbal Scotti, Luis Moreno y Américo Espósito, entre otros.

    El grupo, donde casi todos eran trabajadores, fue para García un taller literario. Como sabían lo duro que es tratar de escribir en los ratos libres que deja la jornada laboral, no había envidia hacia el que escribía mejor, ni burla para el que tenía dificultades. Era la peña de menos renombre. Acaso por vincularse más a la Generación del `30 que a la del `45.

    EL PROFESOR DE AMOR

    García recuerda con gratitud a todos sus compañeros, en especial las "clases" que les daba Roberto Ibáñez ("un Señor de las letras"). Pero su relación con Parrilla fue especial. Siente García que además del grupo, lo enriqueció Parrilla como ser humano. Cuenta: "Lo invité a mi casa y estuvimos charlando. Le mostré mis primeros poemas. Los leyó y preguntó si había leído a García Lorca. Le dije que nunca. Él dijo que mis poemas tenían cosas de Federico. Yo le dije que de Lorca conocía lo que habían hecho con él, e insulté a sus asesinos. Él, en su casa, tenía libros de Lorca y me los prestó. Así como después me prestó a Rimbaud, a Vallejo, a Neruda, que tampoco los conocía. Con esa solidaridad y esos préstamos me fue rodeando de escritores que me conmovieron y me fueron formando como escritor, me fueron dando otra manera de captar y sentir la poesía".

    Era un grupo con estéticas muy distintas, con Parrilla como el más vanguardista de todos. Muy pocos por fuera de la peña le prestaron atención. Sus tres libritos son hoy día casi inhallables y el autor es apenas una referencia para unos pocos lectores de poesía (está por publicarse una reedición, en volumen único, coeditada por "Yaugurú" y la Biblioteca Nacional).

    Parrilla era conversador, calentón, y muy creativo. Se ponía un batón de luto de la madre, que le daba aspecto de cura, y repartía unas tarjetitas que decían: "José Parrilla: Profesor de amor". Era muy discutidor y defendía a muerte sus tesis sobre la poesía, a contrapelo de lo que se escribía por esos días. El suyo era un surrealismo de raíz personal. Dice García: "Nunca me trajo libros ni me mencionó a Tristán Tzara ni a Breton ni a Éluard ni a los surrealistas. El surrealismo es `parrilleano`: descompuso el discurso poético en una secuencia de imágenes surrealistas. No está basado en ninguno de los surrealistas de la década del `20: si no, me hubiera dicho. Tampoco en Lautréamont, que se ve que tampoco leyó, porque me hubiera hablado. Hablábamos mucho de poesía".

    Parrilla intentó suicidarse y lo llevaron al Vilardebó. García lo recuerda, vendada la muñeca, hablando de las desgracias de los otros pacientes, no de las propias.

    Cuando García se hizo comunista, Parrilla, que era anarquista, discutió con él. Le recordó que Lenin había ordenado el fusilamiento de los marinos anarquistas de Kronstadt y vaticinó que lo iban a usar. En el `48, Parrilla se fue a Niza. No volvió a publicar y aquí en Montevideo se rumoreó que lideraba una secta.

    LOS AMIGOS MUERTOS

    García se integró al grupo. En 1944, cuando murió Piccatto, aunque ya iba esporádicamente, colaboró en la publicación póstuma de las Anticipaciones, homenaje conjunto de los del "Yatasto" y los del "Café Libertad".

    García recuerda que a Picatto "…tú lo veías, con esa joroba, bajito, pelo lacio, despeinado, y una mirada que te traspasaba. Era asunto serio, esa mirada. Cuando se calentaba y hablaba -se calentaba por cualquier cosa, tanto fuera política como literaria- se apasionaba tanto que parecía más grande de lo que era. ¡Crecía! Entonces se imponía. Tenía una mirada fulminante, más la palabra, una palabra muy, muy, fuerte, que llegaba. Era un gran polemista, irónico, mordaz. Pero era un gran escéptico: no creía en nada. Tuvo la desgracia de, siendo bebé, caérsele de las manos a uno de sus padres y lesionarse muy mal la columna. Sin embargo, era una persona encantadora, desde el punto de vista de cómo escribía. Pero se abstraía, no era simpático. Era una persona recelosa, que no se sentía bien frente a los demás. Sólo salía de noche. No quería salir de día: ocultaba su defecto. Parece que se sentía como herido por los demás, que los demás se iban a burlar del él. Y eso no pasaba, ¡por favor!, en la peña, nunca pasó".

    LÍBER FALCO

    La del "Yatasto" no era la peña principal de Falco, sino la del Café Libertad. García lo recuerda así: "Un ser excepcional. Siempre muy metido para adentro. No demostraba vitalidad ni asombro ante las cosas. Yo creo que estaba asombrado por las cosas que pensaba. (…) Era de una bondad infinita, franciscana, uno de los seres más buenos que he conocido. Su mirada era la de un santo. Límpida, pura, como la de un niño. En él no había ni un signo de maldad. (…) Pese a que un niño pueda tener algo de maldad, Falco no tenía. No sentía lo que es ser malo. Era maravilloso. Hablaba poco, no hablaba con todos. No destacaba por su verborragia, sino que colocaba las palabras justas, nada más. Cuando tenía que intervenir, las colocaba. Después, se encerraba en sí mismo. (…) Una noche salimos del `Yatasto` y caminamos hasta Hocquard. Para mí, Falco era otro maestro. Ya había publicado Cometas sobre los muros. Esa noche me dijo: `Ud. me va a perdonar, Camarada, pero yo utilicé el título Días y noches para un libro mío de poesía`. Había un libro, Días y noches de Stalingrado, y como yo era el único comunista que tenía a mano, Falco me pedía disculpas por el uso del título. (…) Falco era así: pedía perdón".

    Un día, en 1942, Parrilla anunció haber conocido a un pintor excelente. Acordaron llevarlo a la peña. Para sorpresa de García, era su viejo compañero de escuela, Cabrerita.

    Lo recuerda así: "Chiquito. Encorvado. Sin dientes. Sucio. Mal vestido. ¡Terrible! Yo había leído cosas que se habían escrito sobre Cabrerita, que le cambiaban los dibujos por un café con leche y otras anécdotas. Nadie medía su valor real, el valor de su arte. Y él no estaba loco todavía: estaba abandonado, y el abandono lo fue deteriorando. El hambre, lo fue deteriorando. Y se sumó Cabrerita a la peña, como uno más".

    COMPAÑEROS DE CLASE

    Habían coincidido en tercer año, en la escuela de Guayabo y Gaboto. Tenían en común además haber sido del asilo Dámaso Antonio Larrañaga. Mario, que agradece a su madre haberlo tenido siendo soltera y haberlo visitado cuantas veces pudo, fue criado por Pedro Grimaldi, obrero marmolista analfabeto, y Mariana Nunnes. Lo trataron como a un hijo más.

    De la escuela, donde nació su vocación de poeta, recuerda a varias maestras y a dos compañeritos de tercer año. Uno es Pablo Bergallo, que lo llevara de visita a su casa. Había libros, se oía música clásica y no sólo tango. El padre de Pablo, Don Ricardo Bergallo, era un excelente pintor naturalista y guitarrista aficionado. Fue el primer artista que Mario conoció. Un deslumbramiento. El otro fue Raúl Cabrera, que se hacía llamar Raúl Javiel Cabrera, porque así le gustaba.

    Cuenta García: "Tuve la fortuna de conocer a Cabrerita en el 3º B (…) él tenía catorce años. Era un niño chiquitito. Llegó atrasado a la escuela. Se ve que estuvo más tiempo que yo en el asilo. Era muy menudo, daba la sensación de mucha fragilidad. Era chiquito, muy delgadito. Medio encorvadito. Parecía un viejito".

    Pero tenía un talento: "…no atendía en clase: sólo le interesaba estar dibujando. Juntábamos en ese tiempo las figuritas de los chocolatines Saint. Muchas representaban a los próceres de la patria. Cabrerita agarraba una y de esa medida la transportaba a una hoja de cuaderno. Agarrabas la hoja y estaba perfecto: era Artigas, era Lavalleja, era Rivera. La estilización de sus niñas es una opción, no una limitación. Él, desde niño tenía esa facilidad para el dibujo. Nació con ese don. No le daba importancia a la maestra. A él no le preocupaba. Se lo pasaba dibujando. La maestra venía al lado: `Pero Cabrera: ¿Qué está haciendo? ¡Dibujando siempre!`. La miraba y seguía, hasta que terminaba. Entonces sí, se ponía un poco serio, levantaba la cabecita y atendía".

    Ya por entonces era retraído: "…nosotros salíamos al recreo, jugábamos, como todos los niños. Cabrerita se sentaba en unos grandes bancos que había en el patio de la escuela y nos miraba jugar. Nos miraba y se sonreía. Lo llamábamos a jugar y él nos decía que no, con la mano".

    EL AMOR DE CABRERITA

    "En la clase había una niña, Lidia Noemí Scheps, de mucha belleza. Rubia, de ojos azules, muy bien vestida siempre, impecable. Los varones que éramos medio avispados y sabíamos algunas cosas (…) la mirábamos con suma atención porque nos despertaba no sólo admiración por su belleza, sino también el instinto del niño hacia el otro sexo. En Cabrerita, que era mayor, era mucho más intenso. Estaba enamorado de esa niña. Como nosotros, los avispados. Cuando él comienza a pintar, toma como referencia a las niñas. La niña. Y la niña que aparece en toda su obra es Lidia Noemí Scheps. No lo digo yo. Se ve claro en una nota de Ramón Mérica para El Día, de 1981, del tiempo en que Cabrerita ya estaba en Santa Lucía, con la familia Luchinetti, que lo sacó de la Colonia Etchepare. Cuando Mérica le pregunta si tuvo novia, Cabrerita responde que a los quince años, y que se llamaba Lidia Noemí `con un apellido raro`. Casi medio siglo después -con una internación en la Colonia Etchepare, que le podía haber borrado todo- y sin embargo el nombre lo tiene clarito. Estaba enamorado".

    Cabrerita tenía mayor amplitud artística de la que se le supone: "Un día me invita a ir a su casa. Dormía en un altillo. Veo en la pared caballos, caras, paisajes. Le pregunté quién había hecho todo eso y me dijo que él, con carbón del brasero. Me mostró una colección de un suplemento que sacaba El Día los domingos, en el que aparecían obras de los grandes maestros del Renacimiento. Además de pintar sin que le enseñaran, tenía intuición para leer sobre arte. Tuvo como primer maestro a Gilberto Bellini. Me invitó a ir al estudio de ese pintor y allí me encuentro que Cabrerita hablaba con su maestro, como si conociera, de sombras y líneas y trazos. Yo estaba admirado frente a eso. (…) No había ningún desvío mental, estaba perfectamente ese niño. Lo que pasa es que era retraído, porque su mundo era otro. Su mundo era el Arte: ese fue el camino que le gustó. (…) La locura fue posterior. (…) La familia que lo crió, como él no trabajaba, porque se dedicaba a pintar, nada más, al llegar a los dieciocho años le habrá dicho: `Bueno, hasta acá llegamos. Ahora arreglate como puedas`. Ahí es que comienza lo más duro, porque empieza a vivir en la calle. Sin casa, ropa ni higiene, comienza una vida que es un calvario".

    Los Parrilla acogieron al pintor pese a que no les sobraba el dinero, pues el padre había sido asesinado, quedando la familia a cargo de la madre del poeta. Pero cuando años después, ya estando Parrilla en Niza, su hermana Lucy no se pudo hacer cargo, Cabrerita fue internado en el Vilardebó, por mediación del Dr. Alfredo Cáceres, para que tuviera techo y comida. Cuando Cáceres dejó la dirección del hospital, el pintor fue trasladado a la Colonia Etchepare, lo que profundizó su deterioro. Aquello, según García, "era dejar a un ser indefenso entre fieras". Alguien debía haber intercedido ante el nuevo Director del Vilardebó para decirle que Cabrerita "no era un esquizofrénico, que era un ser sobrenatural pero de otro modo. Porque la Colonia era un Infierno. Se volvió loco en la Colonia".

    Pero en el "Yatasto" lo habían querido y apreciado. Por breve tiempo, había vuelto a sonreír, "como cuando en el recreo jugábamos nosotros, allá en la escuela".

    Un poema

    José Parrilla

    NENA MÍA estamos desnudos

    casi

    y tu boca y tu lengua son /como este aire

    apresado por mi mano en tus axilas,

    nena con los cigarrillos los muslos

    el pequeño pintado vientre

    los besos escapados del humo

    tuberías

    mientras yo siento un dolor

    /de cabeza

    una luna maquinista

    un amor dorsal de pitadas densas

    bronce del amando tu sexo

    tu ahora

    tu disposición ojos antebrazo

    y quererte a las cuatro y media /de la mañana

    en el patio de mis piernas

    conmigo y

    y te quiero por el ojal del alba

    por el recuerdo de un ángel /parturiento

    por tu calor de tren de naipes

    por el por la duda el despido

    y tu cara aún y

    mi boca en tu boca tu sexo.

    (Extraído de Rey Beber, 1943)